Tribulaciones por Burdeos… (3)

Acabábamos de salir de Lafite. Montamos en dos coches y mientras Gastón hace honor a su fama y se larga con Martine, Ricard y yo emprendemos el camino hacia el otro extremo de Pauillac.

Ya habíamos visto la emblemática torre la noche anterior, iluminada en medio del viñedo. Extasiados, nos pasamos la entrada, nos ganamos una sonora pitada de un francés que exclamó para sus adentros un “españoles” que no nos gustó nada y haciendo una bonita pirula maniobra incorrecta, nos adentramos en el viñedo de Chateau Latour. Una vez allí, y desoyendo totalmente las indicaciones que te guían hacia el parking de visitantes, dejamos el coche tirado donde nos sale de los huevos pareció más apropiado, que para eso somos españoles. Claro que luego tenemos que dar toda la vuelta al edificio hasta que encontramos la recepción.

Allí, una muchacha muy agradable, nos da la bienvenida y, sin perder la sonrisa, nos comenta que la madame de la Chambre d’Hote había llamado a la bodega tratando de lograr que su otro cliente pudiera acceder a la visita con nosotros. Tras comentarle que era imposible, el propio cliente se había dirigido a la propiedad y, a través del interfono, había tratado de convencer a la encargada de guiar la visita para que le permitiera acceder e incluso le había propuesto esperar a nuestra llegada allí en la puerta. Realmente bochornoso. Ponemos cara de estupefacción y dejamos que nuestra anfitriona zanje el tema con un simpático “no me extraña, era belga”. En fin.

Si al salir de Lafite Rothschild uno tiene la sensación de que no hay para tanto mito, en Latour uno se percata de que el negocio en cuestión mueve mucho dinero. Las instalaciones acaban de ser reformadas y eso salta a la vista porque todo es nuevo, la pulcritud parece la norma de la casa y el diseño imperante es eminentemente minimalista. Nos dirigimos hacia la sala de proyecciones tras nuestra anfitriona, y mientras uno de mis acompañantes no le quita ojo a la forma en que su ropa interior se marca bajo el pantalón a la simpática muchacha, el otro se dedica a arrastrar los pies por un jardín zen de piedritas blancas ordenadamente rastrilladas que forma el equilibrio perfecto con la construcción minimalista.

Afortunadamente, cuando lleva treinta metros recorridos, es puesto sobre aviso de la situación y vuelve a la acera de dos metros de ancho que no está allí por casualidad y que nos dirige hacia la mencionada sala, equipada con televisor de plasma (ya dije que esto del vino daba dinero) donde nos ponen un vídeo corporativo en el que se hace mucho énfasis en la labor del personal implicado en la vendimia y la elaboración del vino. Este énfasis es francamente resaltable, pues el resto de la visita pone de manifiesto la relevancia de la tecnología en Chateau Latour.

De eso te percatas en cuanto entras en la sala de cubas de fermentación. Allí todo es brillo y acero inoxidable por doquier. Como quiera, además, que del techo cuelgan un número elevado de puntos de luz, el efecto es realmente espectacular. Los depósitos donde el mosto hace la fermentación alcohólica son variables en tamaño, desde los once hectolitros donde fermentan las parcelas más pequeñas hasta los cientosesentaiseis hectolitros donde fermentan las uvas de las fincas más grandes. Hay que destacar que la bodega selecciona dos veces la materia prima que entra a los depósitos, antes del despalillado se eliminan los racimos en mal estado y, una vez realizado el despalillado se efectúa una selección grano a grano.

Pasamos a la sala de barricas, mucho más limpia en apariencia que la de Lafite, donde asistimos en directo al espectáculo para visitas tipo C, consistente en una clarificación con clara de huevos. Vemos al trabajador separar la clara con una especie de colador que retiene las yemas y luego pone las claras de tres huevos a un punto de nieve bastante ligero. Se introduce en la barrica y se remueve con un taladro de bricolaje como el que tenemos tantos en casa, con la diferencia de que en vez de una broca, en este caso se le acopla un accesorio bastante rudimentario que se introduce por la parte superior de la barrica para remover las claras dentro del vino.

Nos cuentan que en Chateau Latour se emplean barricas de diez tonelerías francesas seleccionadas por la propiedad, siempre con un grado de tostado medio. Una vez que el vino ha entrado en barrica, se realiza un trasiego cada tres meses. No olvidemos que el Grand Vin pasa, por término medio, dieciocho meses en barrica.

Salimos de la sala de barricas y, una vez en el exterior, nos muestran la torre, que en su construcción original data de 1331, aunque fue derruida por el tiempo y las guerras y hoy en día no mantiene su estructura original. Preguntamos por el uso que se hace hoy de la torre y se nos dice, con una media sonrisa, que nuestra pregunta es muy habitual entre las visitas turísticas. Y que dentro hay un gimnasio que usa el dueño cuando se escapa de París y decide pasar unos días en el pequeño Chateau que dista apenas cien metros de la torre. En realidad, el Chateau original es hoy una vivienda y el vino se realiza en una nave monstruosa de corte minimalista aunque respetando materiales nobles. Para hacer una pregunta original, Ricard pregunta por el león que corona la torre en las etiquetas de Latour y es respondido, con una sonrisita sarcástica, que el león de Latour simboliza la fuerza y que nunca ha existido león ni real ni de piedra en la propiedad. Algunos es que se pasan de originales.

Nos dirigimos, por fin, a la sala de catas, también de corte minimalista, con luz hacia todos los puntos del viñedo y donde el acero inoxidable reina por doquier. Unos sofás de color neutro y formas rectilíneas dividen la sala en dos zonas, y tras dejar los abrigos sobre ellos, nos dirigimos a la mesa de cata donde nos esperan unas copas de buena calidad, tipo Riedel, aunque en vez de la prestigiosa R llevan grabada el emblema de Latour.

Pauillac 2002 es el tercer vino de la bodega. Surgió como destino para las uvas de menor calidad de las fincas de Les Forts de Latour, algo que antes de la década de los noventa era bastante habitual, pues las cepas eran bastante jóvenes. Como quiera que las cepas más jóvenes de Les Forts ya tienen más de quince años, la propiedad ha buscado una nueva viña para elaborar el Pauillac, que en esta ocasión era un vino de color rojo cereza y capa media, equilibrado, elegante con notas de fruta en su justa madurez y especias dulces que me parece una gran compra al precio que, nos dijeron, ronda los diez o doce euros en tienda (aunque en España ronda los 25)

Les Forts de Latour 2002 es un vino en el que predomina la Cabernet Sauvignon (82%) sobre la Merlot (18%), tiene un poco más de capa que el vino básico, bastante hermético en nariz pero con indicios de una gran potencialidad. En cualquier caso la nariz es bastante profunda. En boca, el vino hace gala de una gran elegancia, siendo muy mineral y especiado, con taninos maduros y muy largo. Su precio ronda los 50 euros en España.

El Grand Vin de Chateau Latour 2002 es un vino en el que la Cabernet Sauvignon domina sobre la Merlot aunque no con tanta fuerza como en el segundo vino (los porcentajes rondan el 75% de Cabernet y el 25% de Merlot, con un porcentaje residual de otras variedades). Rojo picota de capa media – alta, hermético en nariz pero muy muy profundo, y con notas evidentes de cedro. En boca es pura seda, fruta excelente, con gran acidez y muy elegante. Era el mejor vino que habíamos probado hasta el momento.

El Grand Vin de Chateau Latour 1999 tiene color cereza con ribete rubí. La nariz da evidentes toques de reducción (animales) y en boca los taninos son ligeramente secantes. Está evidentemente más hecho y falto de botella en mi opinión. Probablemente en una fase tonta. Llegados a este punto mi criterio ya no era del todo fiable. Ni que lo hubiera sido nunca.

Terminada la visita a Chateau Latour, hacemos las fotos de rigor en el exterior de la bodega, entre las viñas, y nos dirigimos a Pauillac en busca del restaurante del mismo nombre que nos había recomendado nuestra anfitriona en Latour. Por el camino, vamos discutiendo la necesidad de que Martine le diga a la madame de la Chambre d’Hote que no puede andar contando nuestras andanzas al resto de su clientela, ni mucho menos solicitar visitas adicionales a las nuestras a las diferentes propiedades que vamos a visitar. El restaurante recomendado ha cerrado excepcionalmente este lunes en cuestión, así que nos metemos en una especie de brasserie adyacente donde nos ofrecen un plat du jour por once euros. El plato en cuestión no era otra cosa que un coq au vin con una guarnición de patatas fritas y luego un postrecito. Nos tomamos un cafelito y nos dirigimos hacia Chateau Mouton Rothschild, donde nos esperan a las dos y media de la tarde.

pisto.
INDICE DE CAPITULOS:
Capítulo 1: El viaje
Capítulo 2: Lafite Rothschild
Capítulo 3: Chateau Latour
Capítulo 4: Mouton Rothschild
Capítulo 5: Cos d’Estournel
Capítulo 6: Leoville Barton
Capítulo 7: Chateau Margaux
Capítulo 8: Chateau Cheval Blanc
Capítulo 9: La Conseillante

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