Tribulaciones por Burdeos de tres españoles que no hablan francés y una traductora que no habla español.

Comienza aquí un relato sobre un viaje acontecido en febrero de 2004. Cómo se fraguó ese viaje es una historia que podría ir de «bastante corta» a «bastante larga» según quién la cuente. Pero ese no es el verdadero objetivo del relato. El mismo fué manuscrito en las largas noches francesas que, como todo el mundo saben, empiezan a las 7 de la tarde.

Día 1. Feliciano López estaba ganando el primer set de su partido a vida o muerte contra un checo en la primera ronda de la Copa Davis. El equipo de fútbol local ganaba 1-0 al Alavés y era un poco más líder tras la derrota del Levante la noche anterior. En definitiva, era poco más de la una del mediodía cuando Gastón (aclaro que, como todos los nombres propios que emplearé en el relato son meros seudónimos) llamó por teléfono para dar la noticia de que el transporte acababa de salir de su casa y que fuera bajando. La neña me miraba desde la puerta con una mirada a ratos triste, mientras desaparezco en el ascensor con una mezcla de entusiasmo por el viaje y extrañeza por dejarla en casa. Decir que Pisto es un aventurero es, sin duda, arriesgado, pero no es menos cierto que ella suele estar presente en las pocas aventuras en las que se embarca.

Por supuesto, y como no podía ser de otra forma, alguien no traía los deberes hechos y no era yo. Tuvimos que parar en un cajero cerca de casa, para que Gastón lograra liquidez. Claro que era mejor eso que no tener que fiarle. Ya lo decía mi padre: nunca le prestes dinero a un amigo. Tomamos por última vez un camino que, repleto de curvas retorcidas, quedaría obsoleto en menos de dos semanas pues Álvarez Cascos inauguraba el penúltimo de los tramos que nos unen con el Sur de Francia. No habíamos recorrido cien kilómetros cuando nos dimos cuenta que iba siendo hora de almorzar, así que tras unas cuantas llamadas telefónicas acabamos parando en un bar de carretera que, no podía ser de otra forma, no estaba entre las recomendaciones obtenidas por teléfono.

Al fin y a la postre, terminamos comiendo en un chamizo en vías de recuperación donde por cuarenta euros nos pusieron un chuletón troceado, unas patatas mal fritas y una ensalada como guarnición. De entrada, unas croquetas de medio pelo. Para beber, agua, gracias, que la carta de vinos es de las de salir corriendo y, además, nosotros íbamos pensando en Latour, Margaux y Haut-Brion.

El viaje en pos de la frontera se nos hizo largo, en parte por lo cansado de la carretera y en parte por el humo de las dos chimeneas con las que compartí el viaje. Cómo dos adultos en su sano juicio, medianamente cultos y formados, han decidido masacrarse sus pulmones a base de nicotina y alquitrán es algo que me saca de quicio, pero al fin supongo que cada uno se destruye como quiere.

Huyendo de la frontera las cosas no mejoraron mucho, pues a sesenta kilómetros de Burdeos nos topamos un tremendo atasco. Después de unos cuantos viajes por Francia logré descubrir dónde se meten los franceses los domingos. Las ciudades parecen desiertas porque los franceses se dedican a hacer cola a sesenta kilómetros de Burdeos.

¿Hay algo peor que un atasco cuando vas de viaje? Sí que lo hay. Un atasco cuando te estás meando y vas viendo la señal que te dice que quedan veinte kilómetros hasta el próximo área de servicio a la increíble velocidad de diez kilómetros por hora. Echas cuentas y… ufff. Parar en el arcén de una autovía francesa a aliviar fluídos no parece la mejor opción, sobre todo con cientos de franceses pasando a tu lado a diez kilómetros por hora. Tampoco es cuestión de darles a una sarta de franceses ordenadamente atascados la oportunidad de decir: “españoles”.

Como iba diciendo, lo malo de viajar en domingo hacia un destino francés es que, como todos los franceses están en un atasco en alguna carretera, no hay manera de encontrar un sitio para cenar, así que una vez llegados a la anhelada zona de servicios, decidimos que lo mejor era comprar algo de comida preparada a modo de previsión.

Encontrar Pauillac es sencillísimo, y más contando con un mapa. Tomas la Rocade (circunvalación de Burdeos) en dirección Oeste y enseguida llegas a la salida siete, dirección Medoc, donde la carretera D1 te va llevando por todos los pueblos de la zona, desde Margaux al propio Pauillac. Impresiona la carretera de noche pues, además de no haber apenas tráfico, te vas encontrando esas propiedades de las que hasta entonces no has visto más que en las reproducciones de etiquetas del libro de André Dominé o en las fotos de ese y otros libros.

La primera sorpresa comienza por la magnífica torre de Latour, sigue con el muro colindante de Leoville Les Cases, muy borgoñón en su postura de viñedo protegido por el muro o el magnífico castillo de Pichon Longueville Baron, cuya presencia por la noche, perfectamente iluminado, es sinceramente sobrecogedora.

La Chambre d’Hote que habíamos reservado mira al Gironde. Para los que no lo sepan, una Chambre d’Hote es en Francia lo que una pensión con desayuno es en España. Lo que pasa es que en francés suena más bonito y te da por pensar que te vas a alojar en un castillo por lo menos. La realidad es luego más distinta, pero esas son las cosas que pasan cuando encargas la logística no-vinícola al enochalao más joven. Un desastre. La pensión de los cojones en cuestión constaba de una serie de habitaciones más o menos correctas, salvo por la ausencia de baño en cada una de ellas. Sin duda, como pensión española no estaba del todo mal, pero si piensas que la madame cobraba 54 euros por habitación y noche la cosa estaba más cerca del robo que del servicio turístico.

A quinientos metros teníamos un hotel de dos estrellas, recomendado por Parker como mejor alojamiento en la zona, que por el módico precio de 58 euros la noche habría estado mejor pero, como ya se ha puesto de manifiesto, cosas como estas son las que pasan cuando le confías la intendencia no-vinícola al enochalao más joven. Al menos, la casa de putas pensión en cuestión disponía de un salón para huéspedes donde pudimos dar cuenta de los sándwiches, las patatas fritas y las galletas de chocolate que habíamos comprado para la contingencia (finalmente hecha realidad) de llegar a un pueblo fantasma en la tarde noche de un domingo.

Así que ese fué nuestro primer día en busca del mito bordelés. Malcomidos, ahumados y peorcenados. Continuará…

pisto.
(nota: las expresiones tachadas en el texto son las originales en el manuscrito. Se han sustituido por otras políticamente más correctas, pero las originales se han mantenido aunque sólo sea por respetar la integridad del texto).

INDICE DE CAPITULOS:
Capítulo 1: El viaje
Capítulo 2: Lafite Rothschild
Capítulo 3: Chateau Latour
Capítulo 4: Mouton Rothschild
Capítulo 5: Cos d’Estournel
Capítulo 6: Leoville Barton
Capítulo 7: Chateau Margaux
Capítulo 8: Chateau Cheval Blanc
Capítulo 9: La Conseillante

7 Comments

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  2. Miguel Garcia Martin

    Disculpad mi ignorancia, pero ¿como puedo ver el capítulo 2 y siguientes de vuestro relato?
    La verdad es que par mi es de los escritos que una vez empezados no puedes parar de leer.
    Enhorabuena.

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